Me revuelco en lo hediondo,
en el trágico espacio fangoso,
inestable, ruinoso, infame,
simple y contagioso.
Me revuelco incansable
en la quietud de esta pálida mente
turbada, obtusa, acostada
inocua y decente.
Y no soy yo el que cambia,
yo soy el que piensa,
no soy el que lucha,
soy sólo la angustia
y a veces la pena.
Pero siempre la mustia y estúpida efigie
del que mira las cosas de afuera.
Me revuelco en lo escrito:
Inmóvil, prostituto, apestoso
mientras en un charco
añoro lo hermoso.
Convivo con las heces
ahíto de estragos y llantos ;
tapando hemorragias con corchos,
amoldado al espanto.
Y el sol que soñé no existe,
y el no soñado derrumba
y el estruendo golpea
pero no me despierta.
Y cual rata sonámbula que espera
me levanto
a empaparme en miseria.
Conmigo mis iguales
se revuelcan. Me tocan, fornicamos
podridos, aplastados
en cóncavo y convexo encajados.
Sé que me revuelco.
Me acostumbro, me amoldo, me resigno,
me siento encima de otro
y otro se me encima.
Y no somos felices
y no nos importa,
pues estamos alegres
y con eso nos sobra
para ver complacidos que el mundo se inunda
de olor a nosotros:
La estirpe fecunda.